Hace casi dos siglos, en el corazón de Francia, Catalina Labouré, una novicia de la Compañía de las Hijas de la Caridad, tuvo una visión en la que la mismísima Virgen María le encargaba una misión: acuñar una medalla muy especial, la Medalla Milagrosa...
En ningún caso se tiene que relacionar la Medalla Milagrosa ni con la suerte, ni mucho menos con la magia. Ella sirve a testificar la fe y la devoción de los que la llevan, y a través del rezo piden la intercesión de la Virgen.
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