Entre las tinieblas de la pandemia se vió un rayo de luz cuando el Papa hizo redescubrir al mundo el crucifijo milagroso que hace quinientos años salvó a la ciudad de Roma de la peste.
Urbi et Orbi del 27 de marzo de 2020
El 27 de marzo del 2020, durante unos minutos todo el mundo, independientemente de su fe, vió la homilía del Papa. Bajo un cielo plúmbeo y la lluvia fina, el Pontífice se dirigió al mundo entero desde una Plaza San Pedro extrañamente vacía:
«’Al atardecer’ (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos.»
El Papa Francisco rezando delante del crucifijo milagroso en el Vaticano
De forma parecida al Buen Pastor que fue a buscar a su única oveja perdida, el Santo Padre quiso dedicar una especial atención a quienes se dejaron sobrecoger por este mal virulento, ofreciendo a todos sus espectadores una preciosa lección de fe y la bendición Urbi et Orbi como antídoto contra un mal aún más insidioso: el miedo.
Crucifijo de San Marcelo contra la Pandemia
Para el momento extraordinario de oración del 27 de marzo, el Papa Francisco hizo trasladar en la Plaza San Pedro el llamado «crucifijo milagroso».
Obra de un anónimo romano, este crucifijo del siglo XIV pertenece a la Iglesia de San Marcelo al Corso y luce un increíble diseño inspirado en el estilo nordeuropeo. El brazo superior del madero es ligeramente más corto respecto a lo normal, lo que le confiere una forma más triangular al conjunto de la construcción. El rostro del Cristo es realmente único y tan emotivo que no deja de conmover a quien se encuentre delante suyo.
Crucifijo en la Iglesia de San Marcelo al Corso
La Historia del Crucifijo Milagroso
Algunos días antes de su homilía del 27 de marzo, Francisco visitó la Iglesia de San Marcelo al Corso para rendir homenaje al llamado «crucifijo de la peste».
A pesar de estar en la vía más céntrica de la capital italiana, esta pequeña iglesia pasa a menudo desapercibida por los turistas, pero merece sin duda una visita.
Dedicada al Papa Marcelo I, esta pequeña iglesia fue completamente destruida por un incendio en 1519: solo el crucifijo del altar se salvó de las llamas.
Cuando en 1522 la peste arrasó en la ciudad eterna, los romanos se acordaron del crucifijo milagroso de San Marcelo. Así, por iniciativa del cardenal valenciano Raimondo Vich, el crucifijo fue sacado en procesión por las calles de Roma hasta el Vaticano. Después de dieciocho días de desfile, el madero fue colocado ante la Basílica de San Pedro y milagrosamente la plaga desapareció de la ciudad.
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